Por Mabel Vásquez
EHPLUS, REDACCIÓN.– La noche del 29 de septiembre de 1957 se produjo una explosión en Mayak. Era una planta de procesamiento de combustible nuclear de la Unión Soviética.
Se clasificó 6 en la escala INES, lo que lo convierte en el tercer desastre nuclear más grave después de Chernobyl y Fukushima. Afectó a un área de 20.000 kilómetros cuadrados, que estaban poblados por 270.000 personas. Según la publicación de Greenpeace, correspondiente al 2017.
Todavía hoy, continúa contaminando. Hace más de seis décadas, en un oscuro momento de la Unión Soviética, se desató una tragedia nuclear que, durante dos décadas, quedó oculta a los ojos del mundo. El 29 de septiembre de 1957, en las remotas tierras de Mayak, cerca de Kyshtym en los montes Urales, a unos 2.000 kilómetros al este de Moscú, se gestó un cataclismo que solo saldría a la luz mucho tiempo después.
Explosión nuclear de Mayak
La planta nuclear Mayak, un enigmático proyecto de procesamiento de combustible nuclear, experimentó una explosión que conmocionó la tranquilidad de la tarde. Pero nadie fuera de ese lugar secreto sabía lo que había ocurrido. La población de Ozersk, la ciudad cercana, escuchó el estruendo y, en su mayoría, asumió que se trataba de una detonación controlada en las fábricas donde trabajaban los prisioneros del régimen comunista. Continuaron sus actividades como si nada hubiera sucedido, sin tener la menor idea de que estaban expuestos a una amenaza letal.
La explosión había tenido lugar en un tanque subterráneo lleno de residuos de plutonio altamente radiactivo. La columna de humo y polvo radiactivo que se elevó en el aire alcanzó una altura de un kilómetro, y las consecuencias comenzaron a cobrar víctimas. Aunque el mundo ignoraba lo que había ocurrido, el protocolo soviético, férreo en su opacidad, ocultó la magnitud de la tragedia.
Un intento por “competir” con Estados Unidos
La planta de Mayak había sido construida apresuradamente tras la Segunda Guerra Mundial en un intento de ponerse al día en la carrera nuclear frente a los Estados Unidos. Se tomaron decisiones temerarias en cuanto a la seguridad y se menospreciaron las preocupaciones medioambientales. Los residuos radiactivos se descargaban en el lago Karachay, uno de los lugares más contaminados de la Tierra, y posteriormente se vertían en un río que fluía hacia el Océano Ártico.
Pero el verdadero horror se desató cuando un tanque de residuos altamente concentrados explotó debido al sobrecalentamiento. A pesar de las decenas de muertes inmediatas entre los trabajadores de la planta, el régimen soviético ordenó el silencio absoluto. Se prohibió a los sobrevivientes hacer preguntas y mencionar el accidente, y la población en general continuó en la ignorancia.
A pesar de los rumores que llegaron a Occidente, la ubicación de Mayak, uno de los lugares más restringidos de la Unión Soviética, ayudó a mantener el secreto. Cuando Estados Unidos consultó a la Unión Soviética al respecto, esta negó incluso la existencia de la planta. La CIA respondió enviando aviones espía U-2, lo que desencadenó uno de los incidentes más notorios de la Guerra Fría cuando un avión estadounidense fue derribado por un misil soviético.
No fue sino hasta 1976 que el biólogo ruso Jaurès Medvedev se atrevió a revelar la verdad sobre la catástrofe. Aunque las cifras oficiales nunca se dieron a conocer, se estima que al menos 200 personas murieron en los primeros diez días y más de 250,000 resultaron gravemente afectadas por la radiación. A pesar de la tragedia, Mayak sigue siendo una central nuclear activa en Rusia, una sombra de un oscuro pasado que se mantiene en la memoria como el tercer peor desastre nuclear de la historia, después de Chernóbil y Fukushima.

