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martes 28, octubre 2025

El espejismo del PIB: cuando la economía crece, pero la gente no

Cada trimestre escuchamos los mismos titulares: “La economía creció 3 %”, “Somos el país con mayor crecimiento de la región”, “El PIB alcanzó cifras récord”. Los discursos se llenan de entusiasmo y los funcionarios lo presentan como un logro nacional. Sin embargo, detrás de esas cifras, la realidad cotidiana cuenta otra historia: familias que viven al día, jóvenes sin oportunidades reales y una clase media cada vez más endeudada. Entonces, ¿de qué sirve que el PIB crezca, si la vida no mejora?

El producto interno bruto (PIB) fue creado en los años 30 por el economista Simon Kuznets, durante la Gran Depresión, cuando Estados Unidos necesitaba una herramienta para medir su producción y planificar políticas públicas. Kuznets diseñó un sistema de “cuentas nacionales” que sumaba todo lo producido dentro de una nación. Su objetivo era entender la economía, no convertirla en una bandera política. Durante la Segunda Guerra Mundial, el PIB se volvió un indicador estratégico: los gobiernos querían saber cuántos tanques o barcos podían fabricar sin agotar sus recursos.

Con el tiempo, esta herramienta técnica se transformó en la vara universal del éxito económico. Pero lo que nació como un método para medir, terminó siendo un instrumento de propaganda. En República Dominicana, los titulares de crecimiento contrastan con una realidad compleja: mientras el PIB sube, la deuda pública consolidada ronda el 59 % del PIB, lo que significa que por cada 100 pesos que produce el país, cerca de 59 están comprometidos en deuda. Eso obliga al Estado a destinar más recursos al pago de intereses que a fortalecer los servicios sociales básicos.

Cómo se mide el PIB (y por qué no dice toda la verdad)

El Producto Interno Bruto no es más que la suma de todo lo que se produce dentro de un país en un período determinado, normalmente un año. Si en República Dominicana alguien cultiva arroz, otro fabrica cemento y otro ofrece servicios médicos o transporte, todo eso se contabiliza. En pocas palabras, el PIB mide el movimiento económico de una nación, pero no siempre refleja el bienestar real de su gente. Existen tres formas principales de calcular el PIB, y todas buscan reflejar la misma realidad desde distintos ángulos: producción, gasto e ingreso.

  • Por producción o valor agregado: este método mide cuánto aporta realmente cada sector —agricultura, industria, comercio y servicios— al valor final de lo que se vende. Por ejemplo, una tienda de ropa compra mercancía por RD$50,000 y la vende por RD$80,000. El PIB no suma los ochenta mil, sino solo los RD$30,000 de valor agregado, porque ese es el valor nuevo que se generó dentro del país.
  • Por gasto: este enfoque mide todo lo que se consume o invierte dentro de la economía. Incluye el consumo de las familias, la inversión de las empresas, el gasto del gobierno y la diferencia entre exportaciones e importaciones. La fórmula clásica es: PIB = C + I + G + (X – M). Traducido de forma simple: todo lo que las personas consumen, lo que las empresas invierten, lo que el Estado gasta, más lo que vendemos al exterior, menos lo que compramos del extranjero.
  • Por ingreso: el tercer método se enfoca en quién recibe el dinero. Todo lo que se produce genera ingresos para alguien: salarios para los empleados, ganancias para los empresarios e impuestos para el Estado. Es decir, el PIB también puede verse como la suma de todos los ingresos generados dentro del país. En resumen, los tres métodos buscan lo mismo: la producción muestra cuánto se fabrica, el gasto revela cuánto se consume y el ingreso indica cuánto se gana. Y si los tres coinciden, se puede decir que la economía está bien medida.

Sin embargo, hay un detalle importante: el PIB puede subir aunque la producción real no cambie. Si los precios aumentan —por ejemplo, si una tienda vende la misma cantidad de productos, pero a precios más altos— el PIB nominal parecerá mayor, aunque el poder adquisitivo no haya mejorado. Por eso se utiliza el PIB real, que descuenta el efecto de la inflación y muestra el crecimiento verdadero de la economía.

Los límites del PIB: cuando las cifras no cuentan la historia completa

Imaginemos un productor agrícola que compra semillas y fertilizantes por RD$1,200. Con esa inversión logra cosechar 100 libras de tomates y los vende por RD$2,400. El valor agregado es de RD$1,200, y eso se suma al PIB. Pero si el precio del tomate sube sin aumentar la producción, el PIB parecerá crecer, aunque solo refleje inflación. Algo parecido ocurre en una ferretería: si los precios del cemento, la madera o la pintura aumentan, el PIB también sube porque las ventas se valoran más alto. Sin embargo, eso no significa que se estén construyendo más viviendas ni que haya más empleos, solo que los materiales cuestan más. En otras palabras, el PIB mide movimiento económico, pero no necesariamente desarrollo ni bienestar.

Este error de interpretación es común en la macroeconomía. Un país puede mostrar crecimiento en cifras, sin que eso implique progreso real. Por ejemplo, México ha mostrado expansión del PIB, pero con salarios reales estancados durante años; mientras que en España, el auge de la construcción antes de 2008 infló las cifras hasta que la burbuja estalló, dejando desempleo y desigualdad. En América Latina, el crecimiento sin distribución es una constante. En República Dominicana, aunque la economía crece, la mitad de los empleos son informales y muchos dominicanos no sienten en su bolsillo lo que las estadísticas celebran. Esa economía invisible sostiene barrios enteros, pero casi nunca aparece en los informes oficiales.

El PIB como herramienta política

En casi toda la región, el PIB se ha convertido en una bandera de campaña. Cada gobierno presume su porcentaje de crecimiento, aunque los precios suban y el poder adquisitivo caiga. Se confunde “movimiento económico” con “progreso nacional”. En República Dominicana, el discurso oficial repite que “somos líderes en crecimiento”, pero ese liderazgo pierde sentido cuando el salario mínimo no cubre la canasta básica y el 70 % del gasto público se destina a deuda, nómina y subsidios. El PIB se volvió una nota de prensa más que un diagnóstico.

Más allá del PIB: medir lo que realmente importa

El PIB sigue siendo útil, pero es insuficiente para entender el verdadero desarrollo de un país. Este indicador muestra cuánto dinero se mueve, pero no explica cómo se distribuye la riqueza ni si mejora la calidad de vida. Por eso, existen otros indicadores más humanos y completos. El Índice de Desarrollo Humano (IDH) mide salud, educación e ingreso; el Índice de Gini evalúa la desigualdad; y el Índice de Progreso Social (IPS) mide la calidad de vida más allá del dinero. Un ejemplo claro es Costa Rica, que tiene un PIB menor que Chile, pero un IDH superior y una sociedad más equitativa. Eso demuestra que crecer económicamente no siempre significa desarrollarse como país. El progreso verdadero se refleja en bienestar, oportunidades y justicia social, no solo en las cifras de un informe.

El crecimiento no siempre es progreso

Con esto no se busca ser pesimista ni negar los avances. Es cierto que la economía dominicana ha crecido y que muchas personas han mejorado su calidad de vida. Pero también es cierto que la desigualdad persiste, y ese desequilibrio no es lógico para un país que presume tanto crecimiento. Crecer sin distribuir es avanzar sin dirección.

Un país no se mide por la magnitud de su PIB, sino por la dignidad con la que viven sus ciudadanos. El desarrollo real ocurre cuando la prosperidad se traduce en oportunidades, cuando el trabajo rinde frutos, cuando la educación libera y cuando el progreso no se cuenta en porcentajes, sino en vidas transformadas.

Porque en economía —como en la vida— no todo lo que crece está sano. El reto no es solo aumentar cifras, sino construir un país donde el bienestar no sea un privilegio, sino un derecho. Donde las estadísticas de crecimiento se conviertan, al fin, en historias de esperanza.

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