Nuestro País, República Dominicana, ha mostrado, gracias al esfuerzo tanto del estado como del sector privado, una recuperación económica sorprendente a partir de los días, semanas y meses con mayor incidencia del Covid-19 y su efecto de paralización económica inmediata.
Sin embargo, una vez transitado este oscuro pasaje, nos olvidamos de la resaca que traería consigo poner en movimiento nueva vez toda la maquinaria economía mundial: el nuevo incremento en el transporte de mercancías, la renovada demanda energética mundial, la demanda de bienes y servicios, en fin … la reactivación de todo el mundo… y la subsiguiente competencia por los recursos necesarios para esto… lo que provocaría un encarecimiento de las materias primas y recursos necesarios, entre estas las de vocación energética.
Adicionemos a esto conflictos y cambios geopolíticos, en un mundo interconectado tanto de manera real (oferta y demanda de productos en firme), como de manera un tanto más… digamos… financiera … a través de bolsas de valores, promesas de futuro y otros instrumentos sofisticados.
Todo esto que debimos prever y que no previmos, nos ha traído un “shock” que debemos enfrentar, reflejado en los precios de todo el aparato productivo, pero sin duda afecta de manera directa los combustibles, su precio, su disponibilidad, y vocación de fuente de desarrollo nacional, afectando tanto a personas, industria y gobierno.
Mucho se habla de los efectos inmediatos, de la necesidad de subsidios, control de precios, incluso cambio de legislaciones, retiro de aranceles, etc… con el objeto, con la clara intención de paliar el problema inmediato de la población, la sostenibilidad del aparato productivo, y el bien colectivo, estos esfuerzos están muy encaminados a lo actual, pero… ¿hemos pensado en el futuro?
En 1973 occidente, y sobre todo Estados Unidos y sus aliados más cercanos, enfrentaron un embargo petrolero de los países que conformaban en ese momento la Organización Países Productores de Petróleo (Opep), hecho sin precedentes y que no solo llevó a un incremento del precio, sino a una escasez “real”.
Estados Unidos y sus aliados no podían adquirir el producto, esto provocó desabastecimiento, largas colas, inflación, e incluso pánico militar, ante un recurso energético necesario para enfrentar cualquier agresión enemiga en el esquema de “Guerra Fría” que se vivía en el momento.
Las reacciones de Estados Unidos y sus aliados (Inglaterra, Francia, Alemania, etc), aunque en apariencia de momento estuvieron enfocados en enfrentar el problema inmediato, sobre todo acercándose de manera estratégica y con el ofrecimiento de concesiones a los principales socios de la Opep, también desencadenaron una serie de políticas y acciones de carácter público–privadas, que cambiarían con el pasar de los años el equilibrio energético mundial, con énfasis en disminuir la dependencia energética del mundo en una zona de alta volatilidad como Medio Oriente.
Ejemplo de esta doctrina en ejecución, es la decisión de Francia de cambiar de manera progresiva su matriz de producción de electricidad a partir de hidrocarburos a energía nuclear, y por igual las acciones de Alemania, Países Bajos, y otros de diversificar su matriz energética, y explorar opciones como el viento, y en menor medida el sol.
Las potencias europeas de occidente, estuvieron prestas también a identificar y explotar otras fuentes de suministros de hidrocarburos, en lugares como el mar del norte, de mucha más difícil y costosa explotación, pero de importancia estratégica.
La “Serendipity”, o aquella ocurrencia al azar de eventos beneficios, también tuvo su papel, con el hallazgo en Siberia, y apertura comercial luego de enormes yacimientos de gas y petróleo, que permitieron complementar la necesidad energética europea, en especial luego del caída de muro de Berlín en 1988.
Estados Unidos hizo lo propio al iniciar negocio con los estados miembros de la Opep, pero comenzó sus investigaciones en eficiencia energética, diversificación de la matriz energética, nuevos combustibles, desarrollo de nuevos países productores (Chad, Guyana, etc), energías renovables, que luego de tres décadas (quizás algunos años más) le permitiría anunciar al mundo su independencia energética, más aún su vocación exportadora de productos derivados del petróleo, por años una actividad prohibida en este país.
Las fuerzas del mercado, en ocasiones de la mano de los gobiernos, en ocasiones de forma independiente, también han tenido su papel, no olvidemos como el “Shale Gas” o “Gas de Esquistos” impactó en su momento el balance de la oferta y demanda, aún con la controversia que surge a partir de su explotación, y como contribuyó también la optimización de los medios de transporte y vehículos comerciales.
Los países afectados de forma directa durante el embargo petrolero Opep 1973, pusieron en ejecución políticas y prácticas de corto, mediano y largo plazo, cada uno de acuerdo por supuesto con su alcance y posibilidades, ya que los afectados tenían necesidades y recursos disímiles, pero todos miraron el panorama en el tiempo, y buscaron y más que nada produjeron opciones…
La pregunta que huelga mis pensamientos, sin que constituya una crítica a un gobierno o sector determinado ¿Estamos nosotros, en adición a muy bien enfrentar el “shock” actual, buscando alternativas de futuro? ¿Tenemos un plan a 5 años? a 10 años, a 30 años? ¿Tenemos un plan que pueda trascender una administración, un partido, una generación ? Y que quizás no digamos que nos permita obtener una independencia energética, hecho difícil en vista de nuestros recursos naturales y poder geopolítico, pero nos permite “amortiguar” el impacto de otras crisis por venir, no solo las que vienen en meses… sino las que seguro llegarán a mediano y largo plazo.
Hablemos del presente, pensemos en los eventos que debemos desencadenar para tener un mejor futuro energético…
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